Distintos medios de comunicación considerados de izquierdas, empezando por el diario El País y acabando por el digital El Plural, se han hecho eco del discurso del actual presidente de la Conferencia Episcopal, el obispo Blázquez, y han anunciado que, con él, la Iglesia pide perdón por su papel en la Guerra Civil. Entiendo dicha interpretación precipitada, por no decir tendenciosa y dirigida, acaso, a que podamos encontrar en Blázquez al 'poli bueno' que contraponer a los 'polis malos' Rouco y Cañizares, ya que el presidente de la Conferencia Episcopal, con dicho discurso, más parece justificar la última beatificación de 498 supuestos mártires, beatificación que algunos (entre quienes me cuento) consideramos una provocación por hacerse coincidiendo con la aprobación parlamentaria de la Ley de la Memoria Histórica, pero que el obispo razona por el derecho que, afirma, tiene la Iglesia, como cualquier otro colectivo, “a rememorar su historia, a cultivar su memoria colectiva”.
Tan es así que el párrafo en el que supuestamente Blázquez pide dicho perdón se titula “beatificación de 498 mártires”...
En todo caso, como el asunto es de los que merecen formarse opinión sin sesgo alguno, para resolver las posibles dudas traigo aquí los tres párrafos, completos, que han servido para que algunos traten de limpiar demasiado deprisa la (merecida) mala imagen de la Iglesia:
“Los historiadores españoles y extranjeros han estudiado mucho y previsiblemente continuarán estudiando lo que aconteció en España en el decenio de los treinta; la bibliografía es abundantísima. Fue un periodo agitado y doloroso de nuestra historia; la convivencia social se rompió hasta tal punto que en guerra fratricida lucharon unos contra otros. Con sus conclusiones los investigadores nos ayudan a comprender hechos y datos, causas y consecuencias; sus interpretaciones, debidamente contrastadas, nos acercan con la mayor objetividad posible a la realidad muy compleja. Deseamos que se haga plena luz sobre nuestro pasado: Qué ocurrió, cómo ocurrió, por qué ocurrió, qué consecuencias trajo. Esta aproximación abierta, objetiva y científica evita la pretensión de imponer a la sociedad entera una determinada perspectiva en la comprensión de la historia. La memoria colectiva no se puede fijar selectivamente; es posible que sobre los mismos acontecimientos existan apreciaciones diferentes, que se irán acercando si existe el deseo auténtico de comprender la realidad.
Cada grupo humano –una sociedad concreta, la Iglesia católica en un espacio geográfico, una congregación religiosa, un partido político, un sindicato, una institución académica- tienen derecho a rememorar su historia, a cultivar su memoria colectiva, ya que de esta manera profundizan también en su identidad. La Iglesia católica, por ejemplo, en el Concilio Vaticano II buscó su reforma y renovación volviendo a las fuentes. Este conocimiento que actualiza el pasado, además de ensanchar la conciencia compartida por el grupo, puede sugerir actuaciones de cara al futuro, ya que memoria y esperanza están íntimamente unidas. Pero no es acertado volver al pasado para reabrir heridas, atizar rencores y alimentar desavenencias. Miramos al pasado con el deseo de purificar la memoria, de corregir posibles fallos, de buscar la paz. Recordamos sin ira las etapas anteriores de nuestra historia, sin ánimo de revancha, sino con la disponibilidad de afirmar lo propio y de fomentar al mismo tiempo el respeto a lo diferente, ya que nadie tiene derecho a sofocar los legítimos sentimientos de otro ni a imponerle los propios. La búsqueda de la convivencia en la verdad, la justicia y la libertad debe guiar el ejercicio de la memoria. Con las siguientes palabras expresó lo que venimos diciendo Mons. Antonio Montero, Arzobispo emérito de Mérida-Badajoz, en su extraordinaria obra presentada en su momento como tesis doctoral en la Universidad Pontificia de Salamanca: “Que los hechos se conozcan bien, pero desprovistos en todo lo posible de cualquier fermento pasional” (Historia de la persecución religiosa en España 1936-1939, Madrid 1961, p. VIII). Y alguien, que perdió a sus padres profundamente católicos en aquella persecución, ha afirmado en manifestaciones recientes: “Un cristiano no puede dejarse llevar del odio, aunque sea en nombre de la justicia”.
Al recordar la historia nos encontraremos seguramente con hechos que marcaron el tiempo y con personas relevantes. En muchas ocasiones tendremos motivos para dar gracias a Dios por lo que se hizo y por las personas que actuaron; y probablemente en otros momentos, ante actuaciones concretas, sin erigirnos orgullosamente en jueces de los demás, debemos pedir perdón y reorientarnos, ya que la “purificación de la memoria”, a que nos invitó Juan Pablo II, implica tanto el reconocimiento de las limitaciones y de los pecados como el cambio de actitud y el propósito de la enmienda”.
Por cierto, que el obispo Blázquez, a la hora de leer su discurso, y según demuestra el siguiente audio de la Cadena Ser, se ha olvidado de una pequeña e importante parte del mismo: en la última de las frases citadas, la que habla de la purificación de la memoria “a que nos invitó Juan Pablo II”. ¿Se ha olvidado de leer el nombre del anterior Papa o se lo han hecho olvidar?